jueves, 26 de marzo de 2009

Gene Edwards. Las crónicas de la puerta: El principio


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Medio enloquecido, Adán empezó a correr, precipitándose en la espesura del bosque caído, con la esperanza de dejar atrás, de algún modo, su desnudada figura. Al correr, una horda de pensamientos e imágenes psicóticos penetró bullendo en su mente y se mezcló con su imaginación,
Hurtando su pureza.
Envenenando sus pensamientos.
Torciendo sus motivos.
Engrosando su intelecto.
Pulverizando su voluntad.
Y desenfrenando sus emociones.
Por su mente pasaron, arrastrándose, cual monstruos inmundos y grotescos, multitud de pensamientos que lo incitaban constantemente a saciar deseos insaciables.
El amor claudicó ante la lujuria.
El gozo huyó delante del placer.
La necesidad se tornó en codicia.
El enojo en odio.
La fortaleza en poder.
La humildad en orgullo.
El hambre en glotonería.
La comunión con Dios se convirtió en religión. Y las intuiciones y percepciones de su espíritu fueron reemplazadas por la clara y precisa lógica de una mente caída e ilógica.
Entonces le vino una comprensión final, horrorizante:
—No es tan sólo que la luz me ha abandonado, —gritó con desesperanza—, sino que ahora me estoy quedando ciego. ¡Sí, ciego! ¡Me estoy quedando ciego! El ámbito invisible... ¡se está desvaneciendo de mi vista! ¡Ya no puedo ver claramente lo invisible!...



martes, 17 de marzo de 2009

Transformers

TRANSFORMERS

Por Alfonso Boza


Muchas filosofías orientales y otras contemporáneas tan populares en los Estados Unidos, insisten en el alcance de una felicidad y realización personal. Las dificultades de la vida, como pesadas bromas de la existencia, silencian al verdadero yo que vive agazapado en el espejismo cotidiano. De ahí términos como despertar, iluminación… tan golosos a nuestras personas deseosas de auto superación.


El reconocimiento y la anulación del ego parecen la pieza clave de la transformación del individuo de estos pensamientos. No les falta razón, pero no deja de ser paradójico que en el fondo el ego, con todo su egoísmo, sea reemplazado por otro yo interior, que viene a ser el reconocimiento de la existencia del espíritu que anima al ser humano. Siguiendo en esta óptica, este debe convertirse en espectador desde un ángulo en el que no existe la implicación con la realidad. El espíritu nos devuelve silencio, dificultad para discernir el bien del mal. Toda la estructura de pensamiento de estas filosofías están orientadas al individuo-no-individuo.

Existe pues el espíritu. Es un gran paso, ¿y después?


No está de moda el sufrimiento. Nuestro alrededor se desvive porque nuestra vida sea lo más sibarita posible, desde el culto al confort material hasta la anestesia de nuestra mente. Y sin embargo existe. No hay sufrimiento sin falta de compresión y esto último con amor. ¿La transformación puede venir desde nuestro interior? Pero ¿qué es dentro y qué se mueve? ¿ Un espíritu en el océano cósmico? Y si es esto, ¿qué llama mueve al espíritu? Podemos agradecernos todo a nuestro propio esfuerzo y determinación, creamos en que exista o no un Espíritu Superior por encima de nosotros.


Para los antiguos aztecas, la lepra era una enfermedad divina pues creían que estos elegidos servían de alimento a los dioses. Nuestra cultura queda lejos de estas supersticiones, ¿o no? Se cree que el Dios de los occidentales necesita oración, limosnas… pero pensemos en un Dios que en lugar de pedir, sea el dador ante el reconocimiento de nuestra propia invalidez. O cada una de las almas de este planeta elige el ascetismo extremo, el empinado y cruel camino de la redención personal, porque en el fondo de esto se trata, de ser salvados de nosotros mismos, o nos rendimos a la evidencia de que esto, y a la vista de nuestro mundo decepcionante, es imposible. Porque la clave se sitúa repito en la invalidez vital humana. El espíritu seguirá insatisfecho hasta que dejemos de tomarnos como la medida del universo.

Ni con toda la ciencia imaginable el hombre llegaría a convertirse en una especie capaz de ejecutar milagros. Si fuera posible el salto, solo llegaría por la actuación de una voluntad ajena a nosotros como especie.


Dicen las escrituras de los cristianos que para Dios todo es posible, pero como explica el teólogo Gene Edwards "Dios no hace sandeces… no quiere darte el libre albedrío y al mismo tiempo quitártelo", es una cuestión de honestidad hacia el hombre. Comparados con Dios, al hombre todo son necesidades. Podríamos cada uno hacer una larga lista de aquellas cosas que necesitamos: una nueva hipoteca, un nuevo trabajo, un marido más atento… sería interminable, si bien todo se resume en definitiva a nuestra necesidad de amar y ser amados incondicionalmente, tal como somos en la desnudez de nuestra alma. Como padre experimentamos la fuerza avasalladora del amor hacia los hijos. Al verlos dormir plácidamente más de uno de nosotros ha derramado alguna lágrima de felicidad. Sin embargo, hay casos en los que dicha relación se enturbia y se marchita a causa de los reveses de la vida . Y ¿quién nos puede llegar amar incondicionalmente? No unos meses o unos años, siempre que seamos guapos y simpáticos, sino cuando somos miserables y despreciables. Nadie. Nadie. Bueno, es una mala noticia.


¡Ah! Para eso se ha inventado Dios. Es un argumento hasta que Dios quebranta nuestra techumbre y asola nuestro campamento. Puede usted protestar, ¿no ibas a sorprendernos ahora con la irrupción del único amor incondicional divino? Cierto, Dios nos dice sube al columpio. Cuando subamos arriba y pensemos que nadie nos hace falta ya para nada, orgullosos de nuestras conquistas, resbalaremos y se nos romperán los huesos. En la vida se resbala, se derrapa y hasta en ocasiones el desastre el total.



Quisiera teneminar con una extensa cita de "El viaje hacia dentro" de Gene Edwards. Libro magnífico de obligada lectura.

Pero habrá muy poco progreso espiritual, si acaso hay alguno, en las partes más recónditas de tu ser, hasta que la mortífera y fría hoja de la cruz traspase las partes vitales de la naturaleza egoísta, ocultas tan profundamente y entretejidas de un modo tan completo en tu naturaleza humana, que parecen ser una sola.

No habrá mansedumbre, ni compasión, sin desastre ni pérdida. No habrá altruismo, sin un golpe mortal asestado al egoísmo. No habrá humildad, hasta que haya una total e irreparable pérdida de reputación. No habrá nunca ningún verdadero éxito en la obra del Señor, hasta que haya sido precedido por muchas, muchas ocasiones de fracasos desastrosos.

No hay fachada alguna que puedas construir alrededor de tu vida, que el Señor un día no haya de atravesar, rompiéndola con gran estrépito, ya sea la fachada del cristiano triunfante, todo sonrisas, o la del beato y buenote rutinario. Entonces tu Señor abrirá puertas y derribará paredes y dejará penetrar la luz. Esa luz caerá en lugares que no te atreves a permitir que nadie vea. Todo tu concepto de lo que la vida humana es, de lo que la vida divina es y de cómo opera cada una de esas dos vidas —sus normas, sus valores, sus acciones y reacciones en un determinado conjunto de circunstancias— todo eso tiene que ser transformado. Gracias a Dios, será transformado, y será transformado por El, no por ti. Transformado por una profunda obra de tu Señor que mora en ti y que hace una obra en lo más recóndito de tu ser. El está dedicado a arrancar, del lado oscuro de tu alma, de las fibras mismas de tu corazón, y de todas esas cosas ocultas que retienes con tanta predilección, todo lo que no sirve. Es con la destrucción de los ídolos que hay en ese tu más recóndito templo, como El hará lugar para los géiseres de Vida divina.

Probablemente será en ese momento cuando captarás una vislumbre de El, no empañada por tu propia interpretación disposicional de cómo es Dios.

Totalismo, Miquel Porta Perales Breve reseña.

Totalismo: la renuncia al propio juicio, el adoctrinamiento del pensamiento para que la gente cambie de verdades. Una ideología que...