lunes, 22 de julio de 2013
jueves, 18 de julio de 2013
Nakanishi y Ueshiba
Nakanishi y Ueshiba
Nakanishi, la maestra esotérica de Ueshiba, afirmó
que las verdaderas artes marciales y el pensamiento que les acompaña, eran un
asunto sobrenatural que tenía que ver con la unión y la proyección de la propia
energía (Kiai). Estas artes, proseguía Nakanishi, tienen la capacidad de dar
una respuesta a los influjos perniciosos de la vida, por lo que el Budo era, para maestra y alumno, una
práctica espiritual diferenciada del deporte.
Dentro de este pensamiento, la noción de pecado,
de error, es reemplazado por el peso del karma. Cualquier salvación para ser
humano recae en última instancia en uno mismo, puesto que cada uno es dueño de
sí mismo. El aikido de Ueshiba camina en este sentido, puesto que son numerosas
las afirmaciones del fundador sobre la valía de este arte como camino
purificador, vía solitaria de liberación, de auto conformidad. Esto es posible
desde el influjo de Nakanishi, quien creía cualquiera que lo intentase podía crear el
universo allí donde se encontrase. Curiosamente, estas ensoñaciones están extendidas
en un Occidente que niega la verdad general y que quiere convencer de que la realidad de cada uno es tan válida como cualquier otra.
Alfonso Boza
La expansión del Aikido en Occidente.
La expansión del Aikido en Occidente.
La derrota de Japón en la Segunda Guerra Mundial tuvo necesariamente que impactar y dirigir la idea del Aikido. ¿Qué peso podría tener una práctica de origen militar en un pueblo militarmente derrotado?La orientación espiritualista iniciada años atrás sería la primera razón a partir de ahora en el Aikido. El universo se expresaría no en la nación japonesa, sino a través del individuo. La marcialidad no buscaría ya vencer, sino proteger al atacante. El poderío no estaría enfocado a la dominación internacional, sino a desenmascarar a un viejo enemigo: uno mismo. Este discurso tuvo una gran acogida en América y Europa en los años 60, época de la protesta hippie. Su contenido universalista y pacifista caló hondo en una juventud ansiosa por una revolución social, que mostraba su descontento contra las guerras políticas. Para ellos, se confirmaba que atacar a los demás sólo revelaba el miedo del atacante, y muchos asumieron la propuesta práctica del Aikido: no confrontar la ofensa, no bloquear el cuerpo, sino compartir el espacio; y monismo práctico, al afirmar que el atacante y defensor no son dos dualidades opuestas, sino uno solo.
Alfonso Boza
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